lunes, 22 de octubre de 2018

Soy madrastra y tengo un reclamo

Hoy que ya pasaron las flores, los perfumes y todo tipo de regalos para las madres en su día, vengo a reclamar el día de la madrastra y, si no es mucho pedir, la resignificación social de una palabra que suena mal y cuya representación mental nos remite a los estúpidos cuentos de Disney en los que las princesas tienen el camino truncado por las malvadas esposas de sus lastimosos padres.

Vengo a contarles mi cuento, el que vivo hace varios años. Mi cuento también tiene una princesa y ella me tiene de madrastra. Mi princesa es bien bonita pero odia andar peinada, se tira pedos y se ríe de su propio olor, eructa y, a veces, si se acuerda, pide disculpas. No tiene ojos claros ni el color de pelo de la Rapunzel, la Cenicienta ni cualquiera de esas otras pero para mi es la princesa más hermosa.

Ella me hizo su madrastra, nunca voy a tener el mismo vínculo que tiene con su mamá pero, de todos modos, ojalá algún día podamos darle una definición social más bonita a un cargo tan grande, siempre que el rol se asuma con compromiso y el corazón bien puesto. Habrá quienes elijan ser compañeras del papá pero huyen de la relación con el/la/los pequeños o, peor aún, eligen boicotearla y dividir más de lo que ya estaba la cuestión cuando aparecieron en escena, en casos así me parece bien que se les ponga el rótulo y la connotación de las madrastras de los cuentos pero a mi me pasa distinto, por eso reclamo.

Vengo a reclamar desde el lugarcito donde me duele el corazón cada vez que llega el día de la madre y empieza a aparecer ese olor raro en los que no saben si saludar o no saludar entonces mayormente eligen no saludar porque, claro, como “no pariste no sos madre”.

No sos mamá ni es tu día, aunque estés para jugar con esa personita que te cambia los esquemas y los horarios cada vez que le toca dormir en casa. No sos mamá ni es tu día aunque te levantes a hacerle un tecito con miel y limón cuando le duele la garganta, o le hagas masajes cuando se despierta llorando en medio de la madrugada porque le duelen las piernas porque está creciendo o porque jugó mucho en el día. No, no sos madre ni es tu día, aunque el corazón se te llene de emoción y los ojos de lágrimas al ver que se le cayó su primer diente o que está aprendiendo a reconocer las primeras letras. No sos su mamá ni es tu día aunque te pida que le des la mano para dormirse tranquila porque se le metieron pensamientos feos en la cabeza y tiene miedo. Tampoco es tu día aunque te preocupes por hacerle comidas ricas y nutritivas cada vez que está en casa y te pida tres, cuatro y hasta cinco mamaderas con leche o té al día. Tampoco sos mamá ni es tu día aunque se te parta el corazón y no encuentres respuestas adecuadas para su cabecita cuando te pregunta por qué sus papás no se quieren o por qué no puede quedarse más días en casa. No sos mamá ni es tu día aunque trates de hacerle volar la imaginación con juegos lo más ocurrentes posibles en vez que prenderle la tele y que quede inmóvil y ausente con todas las horas de dibujitos animados que su mente pueda acumular. No, tampoco sos mamá ni es tu día aunque se te estruje el corazón al ver que aquella ropa pequeña que le lavas y planchas con amor se hace cada vez más grande.

Con o sin reconocimiento, al menos yo, sí me siento un poco madre, aunque no me digan feliz día y nadie sepa de los nudos en la garganta o los nervios que pasamos las que vivimos de cerca todas las tensiones que quedan en relaciones que no resultaron pero ya tenía niños nacidos. Mi corazón vibra diferente cuando la niña está en casa porque ser madre es más que parir y ser madrastra es mucho más que ser la mujer del padre.

Si lo que tratamos de hacer es proteger, dar alas y amar con el alma, poco importa si seamos madres o madrastras.



Si a pesar de todo lo complicado que puede tener la tirantez de la relación, elegís darle más espacio al amor que a los conflictos y al rencor, te mando un fuerte abrazo y te digo: ¡feliz día, madrastra!


sábado, 14 de noviembre de 2015

Rotos y Desconocidos



Se encontraron como se encuentra la mayoría de las personas en esta época: rotos.

A él, en la hora menos pensada de lo que parecía ser un buen día, le presentaron la renuncia. No era una renuncia cualquiera: su prometida, la madre de sus futuros hijos, la mujer que amaba y por la que creía ser amado, por razón no escrita con letra chica ni con letra normal, renunció a él, al proyecto que los unía, a todo lo que habían soñado y planeado.

A ella, un hombre le había calado tan profundo el corazón que descubrió dónde estaban las costuras y, poquito a poquito, se lo fue deshilachando hasta dejarla descosida.

Así estaban, así coexistían en el mundo: rotos, descosidos y desconocidos.

Del llanto al enojo, de la bronca a la angustia, del pozo a la restauración. Entregados al rumbo que la Vida los condujera, uno andaba tapando agujeros con tela mosquitera, la otra, escondiendo en máscara a prueba de agua el dolor. Cualquier acción que alguno de los dos hiciera era vana, era muy dificil mantener lleno el hueco que les había quedado en lugar de corazón.

La noche guardaba la misma calma que el tanque donde reposa el agua de la casa de los abuelitos que de tan ahorrativos, poco se bañan. Un par de estrellas aguardaban la llegada de la actriz más reconocida entre los planetas de alrededor: la luna de invierno, esa que brilla fuerte y se pone tan azul como los labios que carecen de besos sentidos.

¡Dichosos!”, pensaba ella cuando veía una persona llevando de la mano a otra persona, caminando por las plazas y los parques de pueblos y ciudades. Lanzaba un suspiro al gran Universo, sin sospechar siquiera que esa minúscula ráfaga de aire llegaba al aún desconocido corazón de él, en los precisos momentos en los que él lo necesitaba.

Un soplo de esperanza: lanzado por ella, recibido por él y un hilo invisible sin fecha de conexión inicial. O quizás estuvieron conectados desde siempre, quién sabe, porque no es lo mismo estar conectados que concentrados. Ellos no estaban en ninguno de los dos.

La esperanza mata al miedo pero al miedo le regalamos un super-poder.

Si, cómo tratamos al miedo puede ser una virtud adquirida o una culpa de esas que pesan toneladas. Ambos, por mucho tiempo, lo habían dejado cómodo en un sillón de rey, sentado en el centro de sus existencias determinando cuál sería la próxima acción o persona a la que le iban a temer. Así funciona el miedo, entra por nuestra mente y toma posesión hasta de nuestro ser. Y eso se nota.

A él se le notaba al andar: cabizbajo, temeroso constante de que la mirada de otra persona pudiera adivinar el peso de su angustia. Se sentía a mil kilómetros de todos pero, cada tanto, un airecito tibio le golpeaba el corazón. Era la esperanza viniendo por algún lado a destronar a ese gigante-miedo.

Ella tuvo la gracia de entender mucho antes la lógica del miedo: se dio cuenta lo estratega que era y aprendió un par de pensamientos de memoria, un conjunto de mantras para hacerlo huir.

-Concentrate en ser valiente-, se repetía una y otra vez; al rendir un exámen o en una entrevista laboral. -Estás para algo más grande que ésto-, susurraba cuando veía que la frustración, que también existe en el eterno presente, se acercaba. -Tranquila, el Ser Mayor está uniendo las piezas-, se decía porque amaba imaginar que la vida es un gran rompecabezas con, simplemente, algunas piezas difíciles de encontrar.

Todos deseamos ser amados. Todos necesitamos dar el amor que tenemos guardado.

Ésto también sucedió un día cualquiera. Ella se alistó para salir a disfrutar un par de tragos con sus amigas. Él salió sólo a dar vueltas, pero por una de esas razones que la gente común llama “casualidad”, ambos coincidieron en el mismo lugar. Sin expectativas, sin más esperanza que ese aire tibio que enviaba ella al suspirar y sentía él como un golpecito puntiagudo en el corazón. No tenían nada más que una soledad grande, tan grande como ese lugar, como toda esa gente y como lo fuerte que se oía la música que tantos oídos compartían.

De la misma manera en que, en el día menos pensado, él recibió aquella patada, en el momento menos esperado, se cruzó con una mirada que había visto de lejos pero nunca pudo retener.

Ella conversaba con sus amigas como si fuesen las únicas personas presentes. Él la miraba desde lejos. Le dijo al gigante-miedo que se levantara porque era hora de salir de ahí, el gigante muy cómodo lanzó un par de ráfagas para paralizarle el corazón pero había algo más fuerte que provocaba un efecto rebote devolviéndole al miedo aquello que lanzó. Comenzó a caminar, de a poco, sin prisa, disfrutando el ritmo de eso sin-nombre que lo empujaba a estar más pegado a ella. Llegó cerca, más cerca. La música sonaba, la gente parecía no estar allí, cada uno en su asunto, dentro de un mismo lugar. ¡¿Cómo era posible que nadie se diera cuenta de lo que estaba por suceder?!

Llegó tan próximo como le pareció apropiado, ella lo vio. Se miraron, se esquivaron la mirada, se volvieron a mirar. Es imposible explicar cómo pero los miedos de ambos se derritieron como helado de niño que come lento. Es que cuando el corazón vibra por algo lindo, el miedo se va. Sus manos se rozaron una vez y a la siguiente él la sostuvo. De sus bocas no salieron palabras, de sus miradas si. Se dijeron todo, “hablaron” incluso de la alegría que les daba coincidir.

Él toma su mano con gesto delicado pero con más firmeza. La atrae hacia su pecho invitándola a bailar, le da una vuelta, la recibe cerca y sus labios, que por tanto tiempo habían estado violáceos, sospechan sutilmente que algo bueno estaría por pasar.



No temían nada, ¿qué más que el pasado les podía pasar? La esperanza, tan amable como siempre, presenciaba la escena con ojos brillantes mientras peinaba sus alas para comenzar a volar, había cumplido su parte en esta historia y quedaban mil corazones en los que soplar.

Su mano en la de él, su mente como en una montaña rusa; en su cintura otra mano le decía “quedate cerca, no te vayas”. Sus labios, los que por tanto tiempo habían estado fríos, comenzaron a tomar color en un beso que duró el tiempo necesario para llenar dos corazones de luces, perfumes y flores.

Se habían encontrado y ninguno sabía por cuánto. Sin hablar del pasado hicieron un pacto: era un deber de ambos mantenerse vibrando, porque el ahora nunca deja de ser presente y el presente no es tan malo cuando se lo pasa disfrutando.


Y siguieron bien, así como siguen las historias en las que dos personas se ponen de acuerdo. Habían esperado tantas lunas para coincidir y, sin muchas palabras, se propusieron recordar cada día lo afortunados que eran al tenerse para espantar los gigantes de la soledad y el miedo, cuidarse el alma y hacerse bien.

Maggie Ojcius
Nueva York, EEUU. Agosto de 2015.

sábado, 5 de septiembre de 2015

No patees, caballito

UN ESCRITO Y UN BRINDIS POR LAS VECES QUE ES MEJOR BAJAR LA GUARDIA Y ACARICIAR EL CABALLO, AUNQUE SEPAMOS QUE EL PELIGRO VIVE EN ÉL. SALUD.

A las patadas les tuve miedo siempre,
no hay novedad en decirte que te esquivo 
porque sé muy bien
en qué lugar pararme para que tu golpe sea mejor.

Las patadas son como las moscas,
aparecen cuando una está tranquila,
mirando por la ventana o tomando lo poco y tibio que le queda a un café.

Las patadas son nocivas o casi nocivas.
Son crueles 
y desvariadas,
son repentinas:
como granizo de verano que no se anuncia en el radar.

Así son y así me la podrías dar vos,
recién llegado,
que jurás y perjurás que "jamás", 
pero eso ya me los han contado.

Oí promesas de todo tipo 
y acá, como las viejas, ando, 
coja y mal trecha pero ando.

Me das tu mano, te doy la mía
y va a pasar buen tiempo 
hasta que la sospecha deje de ser concebida.

Pues que la confianza se gana 
y en un ronda mal jugada todo cambia.


Y te estás llevando lo vacante y yo, tan tonta, 
pongo solo tu nombre 
en todos los numeritos a sortear.

martes, 17 de marzo de 2015

Analiza(me) o mirá qué fuerte hablo para llamar la atención

No encuentro otro remedio para "estos días" más que sentarme a escribir, con los auriculares puestos y la música tan fuerte que no pueda escuchar mis pensamientos ni el ruido que canta la piel que pica al rascar.

Vendrían bien la luna o la lluvia, pero no hoy faltaron a clase las dos.

Mis manos corren solas, estoy quieta, estática, detenida, por fuera y por dentro. Tranquilos, tomé licencia solo por hoy. Me silencié en volumen alto. 

¿No te pasa? ¿No tenes días de ausencia? Y no hablo de días femeninos, hablo de tiempo de ensimismarse. ¡Ah! (suspiro) ¡Cómo me gusta esa palabra! Me imagino a todos mis yo, uno arriba del otro, como colchones, aplastándose sin identidad pero con pertenencia. Desnudos. Nada más.

Ojos que escuchan, oídos que ven. Sentidos discordantes.

Analizame, dale, imaginá todo lo que pasa por mi mente que, igual, ni vos ni yo sabemos qué depara el inconsciente. 

Tanta genialidad intangible.

La música se puso rara. El vaso se vació. Hace calor y aún no logro descifrar la raíz de este enredo. 

La ausencia y la soledad juegan sus mejores cartas. Hoy, justo hoy. El destino espía. Dios está detrás, ¿acaso no se escriben con las mismas letras los dos? 

Vos no estás, tu ausencia no sos vos. El sobre siempre tendrá el mismo remitente pero el destino no, ¿entendés? No es difícil si queres. 

Entiendo. Escucho. Pienso y siento. Extraño las ausencias, las dudas y hasta las certezas. 

Amo la rima, la discordancia, lo que dije y hasta el caos que callé. 

Me gusta la sorpresa y me dejo sorprender. Me gustan las escondidas, el bosque, el lobo y la noche llena de estrellas que celebra tu (no) presencia. 

Detengan el análisis, ¡que termine la sesión! Descubrí el trauma, basta de terapia, ¡qué comience la función!



Escribir es terapéutico. 

La imagen surrealista del cortometraje canadiense Bingo (1998). Mientras escribo escucho ésto 

miércoles, 11 de marzo de 2015

Igual que una vaca


{hay magia en todos lados}


A vos se te escapa la magia pero no te das cuenta, igual a una vaca que no sabe que su leche se hará queso y al final de la cadena, cuando el telón se levanta, aparecemos vos y yo comiéndolo en fetas con unas tajaditas de dulce de batata.

El otro día, el corazón se me puso mágico y latió doble: dos tuc al mismo tiempo pero con un espacio imperceptible. Es que me dijiste "me preocupo por vos" pero en otras palabras.

Un rato después se te cayó un "te quiero mostrar cuánto tenemos en común y aún no te diste cuenta", pero le pusiste tantos signos y conceptos extra que, si no lo reviso dos veces, casi ni me entero.

¡AY! Mi mano derecha se fue a tapar la oreja del mismo lado, es que el hipótalamo sacó su especial aguja y dio un pinchazo. Fue instantáneo y en el mismo momento en que el tren de la posibilidad pasaba y los vagones decían: Y-SI-ES-TA-VEZ-SI-?

Tan fugaz el tren, el pensamiento, vos, el queso y yo.
Tan ambigua la posibilidad, la elección y el protagonismo eterno del "quizás".

Tantas las vueltas que la vaca salió de escena,
y no volvió.





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